Publicaciones

lunes, 17 de octubre de 2016

6. MINITALLER: revisar cacofonías



83/2016
SI HAS DECIDIDO DEDICARTE A ESCRIBIR…
La palabra justa

Escribir es crear. Y crear es la expresión suprema del arte.
Estas dos afirmaciones me llevan a una tercera: si escribir es crear, y crear  es la expresión suprema del arte, escribir es un aprendizaje perpetuo. Porque la expresión artística, que tras recorrer un camino más o menos penoso, culmina en una obra determinada, es siempre inestable, vacilante e invariablemente casual.
La causalidad está en nuestro paisaje externo, pero también en nuestro paisaje emocional.
Pensad, si no, en cómo nuestra forma de expresión va cambiando con el tiempo y con las circunstancias que nos rodean; cómo lo que creamos ayer, hoy nos parece distinto. Mejor o peor, pero distinto. Y no sólo esta diferencia responde a distintos estados de ánimo (lo emocional), sino que existe un elemento exponencialmente inmutable, una constante expansiva que no puede ser ignorada por quienes aspiren a conseguir realizar su particular obra maestra, su obra de arte. 

Me refiero a LA TÉCNICA.

Muchos de quienes por primera vez rellenan un folio, contando una historia o escribiendo un poema, se creen escritores. ¡Falsa creencia!
Eso es lo mismo que confundir el tener una buena voz con creer que eso es suficiente para interpretar a Violetta Valery o a Alfredo Germont, en la ópera la Traviata.
Nada que signifique “arte” está exento de técnica ni puede prescindir de ella.
Bien es cierto que la técnica, por sí misma, no puede suplir la “materia prima” que es el tener cualidades (aptitud) para determinada función, como el escultor consumado no puede prescindir de la materia en la que esculpir su obra.
Y llegados aquí, si hemos decidido dedicarnos a escribir, es de suponer que hemos comprobado previamente nuestra aptitud, ese poseer unas ciertas condiciones naturales para el oficio elegido. Pero la cuestión hay que formularla así:
¿Tenemos técnica?
Técnica en literatura no significa el dominio de un determinado género, sino unos conocimientos básicos imprescindibles como son el dominio de la gramática en cada una de sus partes esenciales: prosodia, ortografía, morfología y sintaxis.

Recursos básicos que pueden perfeccionarse
pero no excluirse

Que nadie espere ganar un premio literario, o que un editor siga leyendo –y mucho menos que publique- una obra plagada de faltas de ortografía, construida en forma tan confusa que el discurso se preste a interpretaciones equívocas o que “chirríe” la lectura en el cerebro advirtiendo de que estamos ante una buena historia contada con expresiones insoportables y con una técnica lastimosa.

Durante el proceso de creación del libro <SIERRA MÁGINA, Territorio Literario> tendremos que someter nuestros textos a la supervisión del Equipo de Revisión para conseguir una obra de calidad, en la que lo literario no desdiga de la riqueza antropológica que nos proponemos transferir. No se trata sólo de “contarnos” a nosotros y a lo nuestro, sino de hacerlo además con la belleza propia de la buena literatura.

Por eso, y a manera de minitaller literario, iremos aportando DOCUMENTACIÓN ESTRUCTURAL, sugerencias que nos ayudarán a mejorar nuestro trabajo y a dignificar el trabajo de nuestros compañeros de viaje.

Hablaremos a menudo, entre otras cosas, de las molestas “CACOFONÍAS”, y las señalaremos sobre los textos recibidos.

Para ir adelantando información sobre ese concepto, hoy nos ocuparemos de lo que para Flaubert fue esencia vital de su producción literaria: “le mot juste”. La palabra justa.

Para este maestro de las letras, resultaba imprescindible “limpiar” cualquier texto de todo aquello que “estorbara” la lectura. ¿Y qué mayor estorbo que la llamada “cacofonía”  que no es otra cosa que la ausencia de armonía en un escrito, ya sea por monotonía, por reiteración o repetición de palabras contiguas, sin olvidarnos de las  disonancias manifiestas?

Aunque no lo creamos, la lectura silenciosa no está exenta de la percepción musical y la detección de asonancias por parte del lector.

Veamos una exageración cacofónica:
“Todabía había sangría  a medio día”.
Esa repetición del sonido “ía” desespera al lector de tal forma que acaba por abandonar la lectura por muy apasionante que sea el trasfondo de la historia.

¿Qué cómo lo resolvió Flaubert?
Él hablaba –y practicó hasta el agotamiento, de ahí el alargamiento temporal de la conclusión de sus obras- la prueba del “gueuloir” o del oído, consistente en leer en voz alta cualquier cosa que escribiera.

Escribid, sí. Pero leed en voz alta cualquier escrito vuestro.
Os asombraréis.
Mientras tanto, investigad aquí:

No hay comentarios:

Publicar un comentario